viernes, 29 de enero de 2010

DECAMERON. OCTAVA NOVELA DE LA QUINTA JORNADA.


El Decamerón (Decameron, en italiano) es un libro constituido por cien cuentos, algunos de ellos novelas cortas, terminado por Giovanni Boccaccio en 1351, cuyo eje temático gira en torno a tres temas: el amor, la inteligencia humana y la fortuna.
Para engarzar estas cien historias, Boccaccio estableció un marco de referencia narrativo. La obra comienza con una descripción de la peste bubónica (la epidemia que golpeó Florencia  en 1348), lo que da motivo a que un grupo de siete jóvenes mujeres y tres hombres que huyen de la plaga se refugien en una villa en las afueras de Florencia. Para pasar el tiempo, cada miembro del grupo cuenta una historia por cada una de las diez noches que ellos pasan en la villa, lo que da nombre en griego al libro: δέκα déka 'diez' y ἡμέραι hēmérai 'días'. De esta manera se relatan las cien historias en total.
Los temas son casi siempre profanos, a tono con la mentalidad burguesa que empezaba a fraguarse en Florencia: la inteligencia humana, la fortuna y el amor. Van desde «historias de mala suerte que inesperadamente cambian hacia felicidad» (el día dos, bajo el liderazgo de Filomena) hasta historias considerablemente más interesantes de «mujeres que juegan engaños con sus maridos» (día siete, bajo el mandato de Dioneo). Cada día también incluye una breve introducción y una conclusión, que describen otras actividades diarias del grupo, además del relato de historias. Estos interludios del cuento incluyen también transcripciones de canciones populares italianas en verso.


BUSCA EN LA SALA DE LECTUA LA OCTAVA NOVELA DE LA QUINTA JORNADA

MUERE SALINGER, EL AUTOR DE EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Muere/J/D/Salinger/autor/guardian/centeno/elpepucul/20100128elpepucul_5/Tes

JUAN JOSÉ MILLÁS GANA EL PREMIO DON QUIJOTE DE PERIODISMO POR EL SIGUIENTE ARTÍCULO

Un adverbio se le ocurre a cualquiera


Hemingway cobraba los artículos por palabras. A tanto el término, lo mismo daba que fueran adjetivos que sustantivos, preposiciones
que adverbios, conjunciones que artículos. No recuerdo de dónde saqué esa información, hace mil años (cuando ni siquiera sabía quién era Hemingway), pero me impresionó vivamente. En mi barrio había una tienda de ultramarinos, una mercería, una droguería, una panadería, una lechería… Pero no había ninguna tienda de palabras. ¿Por qué, tratándose de un negocio tan lucrativo, como demostraba el tal Hemingway? Para vender leche o pan, pensaba yo, era preciso depender de otros proveedores a los que lógicamente había que pagar, mientras que las palabras estaban al alcance de todos, en la calle o en el diccionario.

Imaginé entonces que ponía una tienda de palabras a la que la gente del barrio se acercaba después de comprar el pan. Sólo que yo las vendía a precios diferentes. Las más caras eran los sustantivos, porque sustantivo, suponía yo, venía de sustancia. Si la sustancia de una frase dependía de esta parte de la oración, lo lógico era que valiera más. Después del sustantivo venía el verbo y, tras el verbo, el adjetivo. A partir de ahí, los precios estaban tirados. Cuando un cliente, en mis fantasías, compraba tres sustantivos, le reglaba cuatro o cinco conjunciones, para fidelizarlo. Mi padre, que era agente comercial, utilizaba mucho el verbo fidelizar. ¿De dónde, si no, iba a sacar yo esa rareza gramatical? En mi tienda imaginaria había también un apartado de palabras inexistentes, para gente caprichosa o loca. Aún recuerdo algunas: copribato, rebogila, orgáfono, piscoteba, aguhueco, escopeja…

El negocio imaginario iba bien. Todo el mundo necesitaba mis palabras. Al poco de inaugurar la tienda tuve que contratar dos empleados porque no daba abasto. Luego compré el piso de arriba para ampliar el negocio, pues llegó un momento en el que la gente me pedía también frases. Puse en el sótano un taller con cuatro gramáticos que se pasaban el día construyendo oraciones. Las había de muchos precios, claro. Las frases hechas eran las más baratas. Recuerdo, entre las que tuvieron más éxito, en boca cerrada no entran moscas y no rascar bola, pero a mí me gustaban mucho también leerle a alguien la cartilla, ser un hueso duro de roer, chupar cámara, pelillos a la mar, o mi sastre es rico. El precio de las frases aumentaba a medida que resultaban menos comunes, o más raras. Por alguna razón que no llegué a entender, había mucha demanda de frases absurdas. Me duelen los zapatos, por ejemplo, los espejos fabrican harina orgánica, o las cremalleras son menos sentimentales que los botones. Con el tiempo tuve que crear un departamento dedicado de manera exclusiva a la construcción de frases absurdas.

La idea de la tienda de palabras y frases me resultó muy liberadora, pues siempre pensé que ganarse la vida era condenadamente difícil. El mayor miedo de mi infancia era el de acabar en una esquina, vendiendo pañuelos de papel. Un día que mi madre, tras suspirar con expresión de lástima, se preguntó en voz alta qué iba a ser de mí, le dije que no se preocupara, pues había decidido que iba a poner una tienda de palabras. Tras meditar unos instantes, me dijo que eso era un disparate y que debía poner mis energías en cuestiones prácticas. Ahí acabó mi sueño de vender palabras. Luego, de mayor, comprobé que los anuncios por palabras constituían un capítulo muy importante en la cuenta de resultados de los periódicos. Pero no le dije nada a mamá, para que no se sintiera culpable.

De todos modos, acabé viviendo de las palabras. No tengo una tienda abierta al público, tal como soñaba entonces, pero me levanto por las mañanas, las ordeno en un papel, las envío al periódico o a la editorial y me pagan por ellas. A tanto la pieza. Una pieza es un artículo. El término pieza se utiliza también entre los cazadores para denominar a los animales abatidos. La semejanza es correcta, pues escribir un texto se parece mucho a cazarlo. De hecho, con frecuencia se nos escapa. La otra noche, en la cama, con los ojos cerrados, pasó volando por mi bóveda craneal un artículo estupendo. Me levanté, cogí un cuaderno que tengo en la mesilla, apunté con el bolígrafo, pero la pieza había desaparecido. Desde la utilización masiva de los ordenadores, contamos los artículos por palabras. Éste que están ustedes leyendo tendrá unas 4.700. Puedo calcular a cuánto me sale la palabra y decir que cobro en plan Hemingway. Pero me sigue pareciendo mal que me paguen lo mismo por un sustantivo que por un adverbio. Un adverbio se le ocurre a cualquiera.

GRACIAS POR PARTICIPAR

domingo, 10 de enero de 2010

AUSIAS MARCH (1397-1459)


Nació en Gandía, de familia de poetas y caballeros. Su poesía marca el final de la influencia trovadoresca en la literatura en catalán y el inicio de una poesía profundamente lírica por su intimismo. Destacó como poeta amoroso en Cantos de amor, donde refleja su amor por una mujer (Teresa), a quien dedicó, después de su muerte, sus Cantos de muerte, una reflexión que  recoge sus dudas sobre la pervivencia del alma.

Lee con atención estos fragmentos de sus Cantos de amor traducidos por Pere Gimferrer y responde a las cuestiones.

Vi unos ojos con tanto poderío
de dar dolor y prometer placer;
tal poder sobre mí yo imaginé,
que en mi alcázar fui siervo de la gleba;     (esclavo afecto a una heredad)
una voz escuché y un gesto vi
de un grácil cuerpo, y yo, que juraría
que a un hombre armado intimidar pudiera,
a sus pies me rendí sin medir lucha. (...)

En sueño o en vigilia, fantaseo
en contemplar quién amo, qué es, qué vale,
y mayor es mi daño si más veo,
pues el pensar me infunde gran locura,
sí, y tan grande, que adoro su desdén,
su parco hablar, su condición cual es,
más que ser rey del pueblo francés todo.
Y si finjo en mi hablar, muera yo presto.

Me impulsa a amaros vuestro desamor,
y mi arnés quebrantaron vuestros ojos;
atacando, vencióme el pensamiento:
medroso preso soy de vuestro arbitrio.          (autoridad, poder)
Todos mis actos vuestro gesto frena,
y nada a mi querer refrenar puede;
el invierno quemante, el tibio estío,
tales peligros me darán mal don.

Discreta hermosa, no hay trabajo grande
ante mi afán de veros alejada,
pues junto a vos nada ha de agriarme el tiempo,
y de vos lejos no hallo bien sin pena.



ACTIVIDADES

1.Señala el sentido del poema en relación al tema amoroso.

2. Explica qué relaciones pueden establecerse entre este concepto del amor y los que conocemos de la poesía provenzal.